REFLEXIONES
¿Hasta qué punto es la violencia inherente al futbol? ¿Puede
concebirse un mundo de futbol sin violencia, cuando el mundo de los hombres es endógenamente
violento? ¿Son los sucesos violentos que azotan las canchas de primera, segunda
o el futbol base un reflejo de nuestras sociedades, que arrastran frustraciones
y encuentran en éste deporte un medio de desahogo?
El Fútbol
nació violento
Cuentan que por el siglo XIV, en la corte del
Rey Eduardo II de Inglaterra, se condenó ésta práctica tachándola de plebeya y
alborotadora: “Escaramuzas alrededor de pelotas de gran tamaño, de las que resultan
muchos males que Dios no permita.” (Eduardo
Galeano, futbol a sol y sombra, 1995)
En aquellos oscuros días el fútbol, que ya se llamaba así, constituía una
verdadera batalla campal entre poblaciones enteras. Éstas disputas dejaban un
tendal de víctimas y heridos que se apilaban unos encima de otros, ya que no
existía reglamento alguno más que el de patear la pelota hacia adelante. No
había límite de jugadores, ni de tiempo, ni de espacio. Un partido, como una
batalla en la llanura de Yorkshire, podía durar días, incluso semanas. Y
cosechaba las críticas más feroces de las altas esferas: Eduardo III catalogó
el Fútbol como un juego “estúpido, sangriento y sin ninguna utilidad.” El Conde
de Kent, por su parte, insultaba de ésta manera: “Tú, despreciable jugador de
futbol!”
Varios siglos después, el fútbol se convirtió
en un medio hipnótico para contener a las enfervorizadas masas. En España por
ejemplo, tras los cruentos años de guerra civil, el fascismo encontró en el
fútbol un salvoconducto para amainar a un pueblo necesitado de diversión, ante
el hambre y la desolación que el conflicto bélico había producido. Lo mismo
ocurrió en la Italia de Benito Mussolini, quien se adueñó del Calcio como si de
una entidad política se tratara, y lo utilizó para relanzar su popularidad
organizando la Copa del Mundo de 1934 y asistiendo a la de 1938 en Francia
(obtuvo ambas).
Adolf Hitler no quiso ser menos y se dispuso a
enamorar al pueblo con una selección poderosa, que lograra los éxitos de su
homónimo italiano y ensalzara la raza aria por sobre el resto, como hacía en
los campos de exterminio de toda Europa. En 1943, tras caer por 0-8 ante un
equipo ucraniano, mandó fusilar al equipo vencedor.
El fútbol fue
cómplice de la violencia
El
racismo y la segregación, tan extendidos hoy por el mundo, comenzaron a fluir
negativamente por las grietas del deporte que el filósofo marxista italiano
Antonio Gramsci supo definir como “un reino de lealtad humana ejercida al aire
libre.” Durante todo el siglo XX, a lo
largo y ancho del globo, se sucedieron graves conflictos bélicos donde el
fútbol fue testigo, partícipe e incluso causante. En 1969, Honduras y El
Salvador se declararon la guerra tras la disputa de una doble eliminatoria para
la Copa del Mundo de 1970. Las tensiones raciales entre ambos países explotaron
el día que se enfrentaron en Tegucigalpa. El plantel Salvadoreño no pudo pegar
ojo la noche anterior a causa de los ataques a su hotel, que millares de
enfervorizados hondureños se encargaron de llevar a cabo. El resultado parecía
lo de menos ante la magnitud de la afrenta. Amelia Bolaños, una joven
Salvadoreña, no soportó la humillación y se suicidó de un tiro en el pecho.
Así, el encuentro de vuelta no sólo fue la revancha en el terreno de juego sino
la devolución de favores y un reclamo de venganza por parte de El Salvador, que
tras atormentar a la delegación Hondureña y ganar el partido, cerró la frontera
selvática que separa ambos países. Estalló así una guerra que duró 100 horas y
que dejó más de seis mil muertos y unos veinte mil heridos. El fútbol como vía
de escape a las diferencias raciales que implosionan en los territorios y
atraviesan fronteras irremediablemente, plantando semillas a su paso.
¿Pero en qué cromosoma del fútbol viene
añadida la violencia, y cómo erradicarla sin dañar el contexto?
El fútbol es fricción. Es un deporte de
contacto, de oposición activa. Un conflicto, como puede serlo el karate o la
esgrima. Un deporte donde un grupo de jugadores chocará frente a otro e
intentará imponer su capacidad por sobre la del adversario. Hay de por sí una
confrontación moral intrínseca que subyace en todos y cada uno de los partidos
que se llevan a cabo: La de ser mejor, más fuerte, más hábil. En definitiva,
ser más que el contrario. Y es la fricción que reina en el desarrollo de un conflicto
lo que alimenta las crispaciones de sus participantes y espectadores.
Al tratarse de un deporte friccionado, en el que además interviene
un gran número de jugadores, el conflicto es perenne. La violencia pasional de la emoción colectiva. Veintidós
personalidades distintas, con sus respectivas pasiones y orgullos, se disputan
la supremacía de uno sobre el otro a base de carreras, fintas, choques,
pellizcos, empujones y patadas. Es difícil imaginar deportes como el Tenis, el
automovilismo, la natación o el atletismo, envueltos en sucesos violentos como
el fútbol, pero es fácil hacerlo en deportes como el Rugby, el Básquet o el
Hockey sobre hielo (En Estados Unidos han terminado por incluir en el
reglamento las peleas a puño limpio.) La sutileza de una red entre ambos
contendientes, una boya, o una línea de cal es suficiente para contener la
violencia pasional que el enfrentamiento en sí trae añadida.
Sin embargo, esa violencia pasional que
segregan los jugadores termina fermentando en la periferia del terreno de
juego. Allí, al otro lado de la línea, donde los fieles ponderan su
superioridad y arrean a su equipo hacia la victoria, cueste lo que cueste.
Padres, madres, hermanos, primos, amigos, hinchas en definitiva, todos con sus
personalidades y sus pasiones en defensa de su equipo, de su representación.
Fieles que llegan hasta aquí arrastrando sus avatares diarios y que no
contemplan el crisol de realidades dispares que mancomunan en un club. No
existe la disposición a la decepción. Llegan hasta aquí acompañando,
soportando, salvaguardando, y exigen el resultado tangible.
Conflicto. Fricción. Pasión. Presión. Vínculo.
Podría establecerse una hermenéutica del
fútbol que desengranara cada ápice generador de violencia. Pero ¿Como separarla
del conjunto, si en el fútbol habita más la caosalidad(de caos) que la
causalidad(de causa)?
El
Zoólogo inglés Desmond Morris creó una interpretación antropológica del fútbol:
El desafío del fútbol completa el vacío dejado por la decadencia de la caza, la
actividad más antigua del ser humano. En él, el balón es el arma, la portería
la presa, y el rival, otro predador. El fútbol puede funcionar también como
guerra estilizada, sirviendo de catarsis de las pulsaciones agresivas que
habitan en nosotros. Y es que la belicosidad remanente en el ser humano
encuentra, en la competición deportiva, una manifestación socialmente autorizada
(Sergio Manoel, filosofía de fútbol, 2012).
A nadie le sorprende el insulto, el improperio, la humillación de un grupo de
personas hacia la figura del árbitro, por ejemplo. Tampoco reviste gravedad las
agresiones físicas que se puedan producir por una serie de altercados entre el
público o entre jugadores. Todo parece formar parte de un mismo cometido. Todo está
vinculado. El fútbol y la violencia, la violencia y el fútbol.
Todo se acelera
La vorágine mediática de los últimos 20 años,
junto con los avances tecnológicos en las comunicaciones, han convertido al fútbol en el zenit del
éxito para millones de personas. Hoy el status del futbolista esta idealizado
hasta el punto de infravalorar el tortuoso camino que se necesita para llegar a
esas altas esferas. Sólo basta con tener talento, parece. No se escatima en el
detalle del internamiento en clubes prestigiosos que parecen campos de concentración; en la
disciplina férrea y doctrinaria, en el abandono de los amigos, del juego, de la
infancia en definitiva. No se escatima en la competitividad desleal en la que
tendrán que abrirse paso, ni en los intereses económicos que atraerán a las
fieras. Nadie repara en los múltiples destinos posibles manejados por agentes
sin escrúpulos, en las tortuosas concentraciones, donde se emborrachan con agua
y duermen solos; en las agujas de 10 cm para las infiltraciones o en el primer
contacto con un hijo a través de Skype. Un “Sueño del pibe” bastante lejano al
ideal.
Hoy millones de televisores del mundo nos
impregnan una imagen del futbolista asociada al éxito, económico y social. Y
millones de padres apuestan por sus hijos como quien compra un boleto de la
navidad, para que se conviertan en las estrellas del futuro, porque es con lo
que se retroalimentan día tras día, en lo audiovisual y en los escrito, en casa
o en el bar.
El fútbol ha ido perdiendo su valor lúdico
porque la sociedad en la que vivimos lo ha perdido. Lo Amateur se convirtió en profesional.
¿Dónde quedó el amateurismo, el deportivo y el social? ¿Cuántas actividades
sociales hacemos o estamos dispuestos a
hacer sin remuneración de por medio?¿Qué esfuerzo estamos preparados para hacer
sin esperar nada a cambio?¿Hay algo amateur en nuestra vida?
Los hijos
Seguramente los hijos sean la experiencia más
amateur. A ellos se brindan las familias con todo lo que tienen, y no escatiman
esfuerzos para darles la mejor calidad de vida. Así llegan éstos niños a los
terrenos de juego de los clubes del mundo, con padres que depositan sus excedentes
lúdicos y sus exigencias en el desempeño
de sus hijos, en sus goles, en sus victorias, en sus éxitos. Porque de una u
otra forma, el éxito de un hijo es el éxito de un padre.
Pero es ese amateurismo, el oro más preciado
que lucen los niños. Esa capacidad de entrega y de esfuerzo con el sólo fin de
obtener la victoria, la gloria. Todos hemos sido niños y todos hemos sentido la
sensación recalcitrante del triunfo, del éxito, solos o en equipo. Es necesario
remontarse a aquellos momentos para ser empáticos con los niños y mantenerlos en
el amateurismo social y deportivo, donde no persigan otro objetivo que el
reconocimiento de su ámbito más cercano y donde sientan el placer de cumplir
las metas que se propusieron, para el crecimiento de uno pero también para el
crecimiento del conjunto. ¡Cuánto más disfrutábamos los éxitos en nuestra
niñez! Era jugar como juega el gato con el ovillo de lana, o el perro con la
botella. (Johan Huizinga, Homo Ludens, 1972)
CAUSAS
Concejales, directivos, entrenadores,
jugadores, todos coinciden en un mismo punto: La culpa de muchos acontecimientos
violentos que se desatan en el futbol Base se originan en los padres. ¿Pero
hasta qué punto son los padres los verdaderos responsables?
El romance
del dinero con el éxito deportivo
Como ya se ha dicho, la globalización, la
multiculturización, el periodismo sensacionalista y las condiciones económicas
que se han engendrado en el fútbol han dado paso a todo un sinsentido en lo que
concierne al futbol como deporte (Y
más si hablamos de futbol base). La exigencia, esa que se supone es una gran
cualidad en el deportista como insuflador de superación, deja también un
reguero de pólvora en su camino. Y es que esa exigencia se ha trasladado con
más fuerza a las gradas que a los campos, y estalla en mil formas cada fin de
semana.
Los padres son un claro ejemplo. Ellos acuden
a cada práctica, se desplazan a varios lugares llueva o truene, se agolpan en
los campos como una ameba y braman contra todo lo que amenace el éxito o la
integridad de sus hijos. El hecho de, muchas veces, financiar ellos mismos la
viabilidad del club parece conferirles el autoritarismo absoluto. Así aparecen,
como bien define Smoll, los padres críticos, los vociferantes o, directamente,
los entrenadores de banda. Se produce entonces una reacción en cadena de los vilipendios
más crueles contra quienes se cruzan entre la fama y sus hijos: Árbitros
gravemente insultados (cuando no se los agrede físicamente), enfrentamientos
dialécticos entre aficiones rivales (cuando no se agreden físicamente), ataques
hacia la labor del entrenador, ofuscación permanente, fastidio exacerbado, y un
largo y penoso etcétera. Hay que atajar éste problema de raíz.
La lejanía y el desconocimiento son dos
conceptos que se interrelacionan con asiduidad. Cuando algo es lejano a
nosotros, generalmente lo desconocemos. Cuánto menos contacto, más frio. No nos
atrevemos a polemizar, por ejemplo, sobre el proceso de desarrollo de un
microorganismo esporulado, o sobre el estado actual de desempleo en Sudáfrica.
Son cosas lejanas, por lo tanto son desconocidas.
Con el fútbol éste proceso es a la inversa. Se
ha vuelto tan cercano como la propia familia, lo tuteamos como a un hermano. El
fútbol es, junto con los espacios de noticias, el tema más emitido en los televisores
del mundo, además de ocupar grandes espacios en prensa escrita y radio. Y esa
cercanía, esa cotidianidad nos provee el falso conocimiento del titular y la
imagen. Así nace el exitismo desmesurado, en algo que supo ser como jugar a las
canicas o saltar a la comba, algo meramente lúdico.
Juan Domingo Reverón nos preguntó, con sabia
picardía: ¿Cuánto pueden discutir sobre
Hockey, sobre Natación sincronizada,
sobre balonmano, incluso sobre básquet? Es importante no confundir el
conocimiento con la memoria histórica. Esa cercanía con el fútbol no equivale,
en ningún caso, al conocimiento de su sustratum.
Para esto se necesita indagar, estudiar, comprender. Es un ensayo permanente
porque, como el jugar, el entrenar es algo netamente empírico.
SOLUCIONES
“Hay que liberar la pasión que uno siente por
éste juego, y ponerla al servicio del equipo.”
(Marcelo Bielsa)
Tecnificación
familiar
Vicente
Fernández, con quien coincidí en el Club Deportivo Bullense, decía: “Desde el club se debe impartir una cultura de trabajo preparada, honesta y
sobre todo, motivadora.” Se debe disuadir a los padres para que adopten su
papel, que es FUNDAMENTAL en ésta historia. Del grado de afiliación al proyecto
dependerá en gran medida la dificultad de trabajo de un club. Hay que
enamorarlos con una propuesta honrada y seria, y presentarla de una forma
elegante y detallista. Ser empáticos. ¿Cómo sería tu caso si fueras el padre?
¿Cómo te gustaría que te presentaran un proyecto futbolístico para tu hijo?
“Yo
siempre fui cercano. Todos estábamos implicados y el conocer y comprender el
trabajo que yo hacía los inducía a ser positivos. Y cuando se trabaja bien y
hay positividad, el año no puede ser malo”. Vicente Fernández fue
entrenador de la Selección Murciana de Fútbol y hoy forma parte del organigrama
del Real Madrid en la región del sureste español.
Medidas
Código
ético. Es una medida que resulta positiva si es
efectuada con ingenio. En este código debe tratarse la indisciplina con el
rigor que merece, pero siempre mostrando las pretensiones del club y los
beneficios de las mismas. Lograr disuasión, más que temor a repercusiones. Hay
que proyectar una autenticidad que ponga la capacidad de emoción de las
familias al servicio del club.
Las
normas internas no deben ser, en ningún caso, excluyentes. Siempre deben
incitar al receptor a involucrarse, a formar parte. Hay que labrar el
sentimiento entre Padre-Niño-Club de forma equilibrada, apelando a un diálogo fluido
que, por supuesto, no tendrá la obligación de ser cara a cara. Hoy en día
existen muchísimos medios para poder contactar, orientar, informar e incluso
instruir a los padres sobre el desarrollo deportivo de su hijo y del club. El
perfeccionamiento de éste ámbito será de gran beneficio.
3º tiempo. Ésta práctica, característica del futbol
inglés, donde los entrenadores se reúnen tras finalizar el partido y debaten
acerca del mismo, intercambiando ideas y conceptos, sería una medida
excepcional para trabajarla con el grupo de padres. Llevando a cabo una pequeña
reunión al término de la jornada, y con tan sólo un pequeño contacto, se
limarían muchísimas asperezas, producto de la tensión acumulada por algunos, y
se sentarían las bases para un amigable desarrollo en las jornadas posteriores.
Reconocimientos.
Es importante ensalzar el esfuerzo que realizan las familias en el club, en
materia de sustentación económica, transporte, etc. El club debe reconocer esos
esfuerzos y para ello se pueden organizar pequeños actos, donde además de
fomentar un espíritu de unión entre las familias, sea motivo de agrado para
todos el verse reconocidos socialmente.
Algo
sumamente positivo sería la “Jornada del Club”: un día completo en las
instalaciones, organizando un gran almuerzo y un torneo interno entre padres e
hijos. Al término del mismo podrían llevarse a cabo los reconocimientos, que
darían el broche a una jornada entrañable para las familias y el club.
Padres Referentes.
Una vez que se llevan a cabo las primeras reuniones, comienza a hacerse visible
el papel del padre referente. Y cuando decimos referente no lo asociamos a los
hijos, sino entre el mismo grupo de padres. Siempre suelen encontrarse algunos
cuya voz es más escuchada, o sus reclamos más atendidos, o sus enfados más
contagiosos. Es a ellos a quien debe ir destinada la labor de padres
“referentes”, orientándolos desde el club para que se doten de voluntad y
trabajen por un ambiente cordial y de respeto entre aficiones rivales. Otorgar
éste tipo de responsabilidades no es fácil, pero sí de gran ayuda para toda la
temporada.
Árbitros cercanos. Ésta
controversial figura, instaurada en el fútbol en 1872 para terminar con las
injusticias, es hoy en día el blanco perfecto de las mismas. Es imprescindible
instaurar en el club un concepto de respeto absoluto hacia su figura, con el
fin de soslayar las diferencias que puedan surgir en el transcurso de un
partido de la forma menos agraviante. Una medida interesante es recepcionar al trío
arbitral a su llegada al club, mostrándole las instalaciones y ofreciéndole
todo tipo de utilidades y facilidades para el desarrollo de su labor. Otra
medida muy positiva sería compartir un 3º tiempo con ellos y debatir cualquier
contratiempo en un ambiente amigable y distendido.
ORGANISMOS DE INTERVENCION
El Club
Un club de fútbol es una micro sociedad, y
como en toda sociedad hay violencia. El sistema colectivo del club debe
tratarse de un modo serio y profesionalizado. (Cuando decimos profesionalizado
no lo hacemos en alusión al factor económico, sino más bien al orden, a la
estructura, a los pequeños grandes
detalles.)
“Tiene más importancia la repercusión de lo que hacemos, que lo que
hacemos realmente.”
(Marcelo Bielsa).
Mostrar una línea de trabajo progresista en lo
social y en lo deportivo. Afiliar a las familias, especialmente en el plano
visual (E-Mails, Revista del club, Página Web, Fotografías, insignias, etc.) para
madurar el sentimiento de pertenencia desde lo óculo-emocional. Brindar alguna
clínica sobre el desarrollo del plantel, personalizando cada miembro con datos
certeros (Mejoras, actitudes) y debatiendo con los padres las posibles
variantes. La medida de disuasión de cada uno está en la tolerancia que tenga a
lo no deseado, y ese es el foco que debe tratarse con mayor seriedad. Una vez
que se han brindado todos los medios para evitar un conflicto, y amparándose en
lo noble de la causa, la intervención del club puede darse por realizada.
Los Padres
Trabajar la resiliencia de los padres puede
que sea la labor más compleja para un club, por eso es importante
individualizar a los más aprensivos para unirlos al cometido. Deben ser
verdaderos supporters, como la
excelente definición inglesa pondera: Soportadores, tanto para lo bueno como
para lo malo. Inculcar una filosofía de hombría
de bien, que utilice los temperamentos en favor del club.
El club puede brindarles el protagonismo que
muchos exigen, desarrollando un feed-back altamente positivo para el desarrollo
de la temporada. Pueden otorgarse las siguientes tareas:
-
Grabación de los partidos
-
Fotografías de los partidos
-
Coordinación de los padres para los partidos
de visitante
-
Confección de banderas de apoyo a los
jugadores
-
Incitarlos a que asuman un papel de
“Hinchada”, que alivie la tensión y los nervios de los jugadores sintiéndose arropados
en todo momento, especialmente de visitantes.
Ante todo, un padre debe retroceder en el
tiempo, volver a los campos de césped, de tierra, de cemento, y revivir cada
instante de aquella pasión llamada fútbol. Sólo basta un pequeño ejercicio
introspectivo para lograrlo. Decantar los recuerdos en búsqueda de las bases,
porque esos son los más grandes trofeos que lucen en sus vitrinas. Y
transmitírle a sus hijos ese paradigma de tradición noble, ese “reino de la lealtad humana ejercida al aire
libre”.
Toni Fontán
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