lunes, 14 de enero de 2013

Andrade, La Maravilla Negra


Europa jamás había visto un negro jugando al fútbol. En la olimpíada de París de 1924, el uruguayo José Leandro Andrade deslumbró con sus jugadas de lujo. En la línea media, este hombrón de cuerpo de goma barría la pelota sin tocar al contrario, y cuando se lanzaba al ataque, cimbreando el cuerpo desparramaba un mundo de gente. En uno de los partidos, atravesó media cancha con la pelota dormida en la cabeza. El público lo aclamaba, la prensa francesa lo llamaba "La Maravilla Negra".
Cuando el torneo terminó, Andrade se quedó un tiempo anclao en París. Allí fue errante bohemio y rey del cabaret. Los botines de charol sustituyeron a las alpargatas bigotudas que había traído de Montevideo y un sombrero de copa ocupó en lugar de la gorra gastadita. Las crónicas de la época saludaban la estampa de aquel monarca de las noches de Pigalle: el paseo elástico y bailarín, la mueca sobradora, los ojos entornados que siempre miraban de lejos y una pinta que mataba: Pañuelos de seda, chaqueta a rayas, guantes de color patito y bastón con empuñadura de plata.
José Andrade murió en Montevideo, muchos años después. Los amigos habían proyectado varios festivales en su beneficio, pero nunca se realizó ninguno. Murió tuberculoso, y en la última miseria.
Fue negro, sudamericano y pobre, el primer ídolo internacional del fútbol.


Eduardo Galeano - Fútbol a Sol y Sombra - 1998

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